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MARÍA JUNTO A LA CRUZ

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Durante su crucifixión se manifestaron las dos naturalezas de Cristo en unidad personal: se puede dividir la crucifixión en dos partes, en las primeras tres horas Jesús llamó al Autor de la existencia como Padre: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 34, 33), por tanto se ha posicionado como Hijo de Dios. En las últimas tres horas llamó al Autor de la existencia Dios: «Eli, Eli, llama sabactani!» (Mt 27, 33-34), nadie lo comprende, toda vez que aquí se ha posicionado como hombre, fue como hombre que Él fue abandonado: «un hombre moría por la humanidad». 

 

          Lo imposible estaba ocurriendo: Jesús sentía la sensación de ser abandonado por el propio Dios, en el momento en que la oración de Cristo alcanza su ápice, como explica el Papa Benedicto XVI: «Jesús hace suyo ese grito de la humanidad que sufre por la aparente ausencia de Dios y lleva este grito al corazón del Padre».

 

           Jesús fue abandonado por sus amigos, por las personas a quiénes había curado, por sus discípulos, por sus apóstoles, por el propio Dios, pero hubo alguien que nunca lo abandonó: María. Allí estaba Ella, firme – stabat Mater iuxta crucem lacrimosa –  sufriendo en profunda comunión con su Hijo. Junto a la cruz y de pie, porque esta actitud de coraje – afirma Dom Próspero Guéranger – es la que la mantiene unida al Señor. 

 

          Con Ella están las Santas Mujeres y Juan. En el silencio de la escena dolorosa Jesús entregó a María su discípulo amado y entregó su Madre a Juan, quien la recibe y la introduce en su casa, en su vida. Con esa entrega, la oración a María posibilita a cada ser humano una especial confianza y cercanía.

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